REFLEXIÓN DEL XXIX DOMINGO ORDINARIO
ORAR PARA QUE HAYA
JUSTICIA
Ex 17, 8-13; Sal
120; 2 Tim 3, 14-4, 2; Lc 18, 1-8
XXIX domingo
ordinario, ciclo c
16 de octubre de
2016
Pbro. Gilberto
Lorenzana González
Formador en el
seminario
Diócesis de Tuxpan
Jesús ha pronunciado esta
parábola del juez injusto, a través de ella nos quiere relatar la necesidad de
orar. Con la oración obtendremos todo bien, principalmente para que haya
justicia.
1.
Un
juez injusto.
El
evangelio nos narra que en cierta ciudad había un juez que no temía a Dios, ni
respetaba a los hombres. Al cual acudía con frecuencia una pobre viuda para
clamarle justicia. Dicho juez está desempeñando una función de orden judicial a
su antojo, a sus caprichos, a su propia voluntad y pobre visión humana.
El
encargo que Dios le ha dado al juez reza así: “juzgad a favor del débil y del
huérfano, al humilde, al indigente haced justicia; al débil y al pobre liberad,
de la mano de los impíos arrancadle” (ver sal 82,3). No hay que olvidar que la
viuda es una mujer, la cual carece de presencia, además no tiene protección ni
de su padre, ni de su esposo, ni de sus hijos. Por tanto, es oprimida. La
Sagrada Escritura pide con frecuencia cuidar de ellas (ver Is 1,17; Stgo 1, 27).
Posiblemente
la viuda está peleando una herencia o una deuda, pero para que esto se proclame
a su favor debe de inducir al juez, bajo ciertas dádivas, lo cual ella no está
en posición de realizarlo, por tanto el juez no le hará justicia. Éste es un
hombre caprichoso, maligno, no oye la voz de Dios en los seres humanos. La
única opción que tiene es volver una y otra vez hasta cansar al juez y éste se
atreva a hacerle justicia.
El
cinismo del juez es que no le importa lo que digan de él, sabe perfectamente
que afirman que no hace justicia, pues no teme a los hombres y tampoco a Dios.
Lo único que lo mueve para realizar tal acto de justicia es dejar de ver a esa
mujer, dejar que no lo siga molestando, quiere en cierta forma estar tranquilo.
Ha comprendido que la mujer no va a ceder y seguirá visitándolo con mucha
insistencia, lo que mueve a esta mujer no es el temor del juez injusto, sino el
deseo de ver por realizado su anhelo.
2.
Dios
es un juez justo.
El
punto medular del texto no es tanto la insistencia de la viuda o sus ruegos
perseverantes, sino la certeza de ser escuchada. Si un hombre impío y sin
consideraciones se ha conmovido por la perseverancia de la viuda. Si así es el
pensamiento del juez injusto, ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que
claman a Él día y noche y los hará esperar? No olvidemos que Dios actúa siempre
con justicia y misericordia y que su proceder es muy distinto al de los jueces
terrenales.
Por
eso, Él no lleva cuenta de nuestros delitos y no nos trata como merecen
nuestros pecados, al contrario es siempre misericordioso y no quiere la muerte
del pecador, sino que éste se arrepienta y viva.
3.
Orar
para que haya justicia.
La
Iglesia continuadora de la obra de Cristo tiene la certeza de que su oración
siempre es escuchada, pues Dios siempre escucha el clamor de su pueblo, (ver Ex
3, 7; Sal 142, 1). Él nos escucha y conoce todo, además aun sin antes pedirle
algo, Él ya lo sabe todo (ver Sal 139, 1ss).
Pero,
aunque la oración de los afligidos en ocasiones no sea escuchada de manera
inmediata, mientras caminamos por este mundo hay que perseverar en la fe y
ofrecer los sufrimientos recordando la suerte que vivió el Hijo del hombre,
para que en medio de estas aflicciones se puedan tomar nuevos ánimos. La cruz
es para el cristiano el camino de la salvación, ya que Jesús ha vencido en ella
la muerte, el pecado y nos ha ofrecido a través de ella la gloria del eterno
Padre; de ahí que los discípulos deben seguir este itinerario.
4.
Orar
para que haya caridad y justicia.
“La
caridad en la verdad se concreta en la justicia que es un criterio orientador
de la acción moral. La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar,
ofrecer de lo mío al otro; pero nunca carece de justicia, la cual llega a dar
al otro lo que es suyo, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su
obrar. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. La
justicia es inseparable de la caridad, es su medida mínima. La caridad exige
justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las
personas y de los pueblos. La caridad supera la justicia y la completa
siguiendo la lógica de la entrega y del perdón” (que en Cristo nuestra paz
México tenga vida digna, núm. 172).
5.
La
realidad de nuestro País en torno a la justicia.
En
México como en otros Países hay un enorme deterioro de la vida social a causa
de la ausencia de paz, la verdad y la justicia. Valores fundamentales para la
sana convivencia. Se ha vuelto habitual el crecimiento de la violencia,
secuestros, extorsiones, robos, asesinatos pero no de manera aislada, sino
estructurada y organizada. El crimen organizado ha extendido su mercado a
través de la corrupción de personas, grupos de la sociedad, empresas,
servidores públicos, etc.
Se
nota que hay indiferencia, disimulo, tolerancia, colaboración, omisión,
incapacidad, irresponsabilidad o corrupción de las instancias que tiene que
velar por la justicia en nuestro País. La corrupción es una cultura de la
violencia y se hace ya organizada, se impone la mordida como condición para
recibir un beneficio o un servicio gratuito. Hay privilegios para algunos, no
hay transparencia, las autoridades están exentas de rendir cuentas con
veracidad.
Por
otra parte, es necesario que se mantenga el principio jurídico de que “se es
inocente hasta que no se demuestre lo contrario”. Y no ser culpable con
testigos falsos y sin pruebas contundentes. Los sistemas penitenciarios tienen
que ser un lugar de verdadera rehabilitación y no universidades del crimen.
Además
en muchos hogares hay permisivismo, búsqueda del dinero de manera ilícita. Hay
una pobreza en la formación de valores y ausencia de Dios.
Todas
estas actividades han violado los derechos humanos, ha lesionado la dignidad e
integridad de las personas. Por tanto, hay enormes injusticias y son ellas las
que no nos permiten vivir en paz.
Todos
somos responsables en la impartición de justicia. La familia porque es escuela
de valores, la escuela porque se educa en la civilidad, la Iglesia es formadora
de conciencias rectas y verdaderas y el Estado porque tiene que velar por la
legitimidad y la sana convivencia social.
Nos cuestionamos:
¿Mi
hogar es una escuela de valores? ¿Promuevo los valores humanos y cristianos? ¿Conozco
y vivo la justicia? ¿He actuado injustamente? ¿Por qué razón no vivo en la
justicia? ¿He orado para que haya justicia, paz y caridad en mi hogar, Iglesia,
sociedad y País? ¿Creo en la justicia divina?
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