REFLEXIÓN DEL DOMINGO XXX ORDINARIO


LA ORACIÓN HUMILDE DEL PUBLICANO
Eclo (Sir) 35,15-17.20-22; Sal 33; 2 Tim 4, 6-8.16-18; Lc 18, 9-14
Zac 8,20-23; Sal 66
XXX domingo ordinario, ciclo c
Domingo mundial de las misiones
23 de octubre de 2016

Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminario
Diócesis de Tuxpan

Después de haber reflexionado la necesidad de orar siempre para que haya justicia; ahora, el evangelio nos recuerda que la oración debe ser con humildad. La parábola del fariseo y el publicano se ubica en torno a ver quién es justo ante Dios, y, traemos a la memoria el pensar y el actuar del juez injusto con la viuda; pero el evangelio ahora cambia los personajes, los cuales se presentan en el templo para orar y ser justificados.

¿Quién es un fariseo?

Los fariseos son un grupo religioso, éstos son muy escrupulosos, observantes de las leyes en cosas insignificantes o sin trascendencia y dejan a un lado la justicia y el amor de Dios. Los fariseos son como los hijos o discípulos de los doctores de la ley, porque éstos realizan las leyes o las modifican y los fariseos son los ejecutores de ellas.

Los fariseos buscan presentarse ante los demás como los hombre rectos, buenos, justos, pretenden ganarse la aprobación de la gente y de esta manera ocupar lugares de honor, les gustan las reverencias, etc.

¿Cómo hace oración el fariseo?

El evangelio acentúa el interior de una persona que va al templo a realizar su oración y afirma categóricamente la actitud de este personaje. En primer lugar está erguido y de su interior brota una “supuesta alabanza a Dios” diciendo:

“Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias”.

Su “oración” revela el estado de ánimo interior y… ¿Qué hay en su interior? En el judaísmo se ora de pie, por eso la actitud de estar erguido. La oración judía es prácticamente de alabanza y de acción de gracias. Por eso en su acción de gracias se hace presente: yo no soy como los demás hombres, no soy ladrón, injusto, ni adúltero.

En su alabanza, exalta que es cumplidor de la ley, pues hace buenas obras, como: ayunar dos veces por semana, es decir el lunes y jueves, con el fin de expiar las transgresiones que el pueblo hace sobre la ley. Más aún, da el diezmo (ver Deut 12, 17). Quiere estar seguro de no hacer nada que transgreda la ley.

Pero, entonces… ¿Cuál es la maldad o error del fariseo? Pasa a segundo término todo lo anterior. El olvida lo importante de la oración y se pone él como el centro, los demás son los malos y él se hace presentar como el hombre bueno o justo. Por tanto, desprecia a todos.

Su oración está cargada de soberbia, orgullo, es de autosuficiencia, descalificación, refleja un egoísmo muy arraigado, se enaltece a sí mismo.

El egoísmo ha cegado su corazón, su conciencia y no le ha permitido ver más allá de sí mismo, esto lo ha encapsulado y por tal razón Dios no es el centro de su vida, es sólo una pantalla para ser él el centro y desplazar a Dios.

¿Quién es un publicano?

Son recaudadores que cobran los impuestos de todas las mercancías, terrenos, derechos para transitar, productos del campo, etc. estos actuaban de manera impecable para recaudar fondos para el imperio y buscan al mismo tiempo el lucro para ellos. Dicho trabajo era propio para gente ladrona, sin escrúpulos y poco honesta, por tanto, son pecadores y mal vistos socialmente. Entre ellos hay rangos, al grado de que otros se les llaman “jefes de los publicanos”. Esto quiere decir que gozan un grado álgido de cinismo.

¿Cómo es la oración del publicano?

La manera en cómo él se dirige a Dios: se queda lejos y no se atreve a levantar los ojos al cielo. Lo único que realiza es golpearse el pecho y dice: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”.

El publicano es un ser aparte, es un segregado, esquivado y repudiado como pecador por los hombres “buenos o justos”. Se queda lejos porque sabe que no es digno de Dios y tampoco de presentarse ante las personas religiosas.

No eleva la mirada hacia el Creador porque sabe que Él es santo y el publicano no, ni siquiera merece la mirada de Dios. Se golpea el pecho porque es ahí donde tiene como su sede la conciencia y se lamenta de lo que ha hecho.

Su oración es muy escueta, es breve, usa muy pocas palabras, pero las que emplea está llenas de humildad. Cuando dice “Dios mío” es un sinónimo de: ¡Oh, Dios! Que hace alusión al salmo 50 el miserere (ten misericordia mí). La situación de él es desesperada, porque todo lo que ha hecho injustamente tiene que restituirlo y dar una quinta parte de su propiedad, para así obtener el perdón. Por tanto, el publicano lo único que podía esperar es que Dios aceptara su corazón contrito (Sal 50, 19) y por su misericordia lo perdonara.

Nos cuestionamos:

¿Mi vida es una continua oración? ¿Cómo son mis súplicas ante el Creador? ¿Mi modelo o maestro de oración es Jesús? ¿Me reconozco pecador? ¿Soy justo ante los ojos de Dios y de los demás? ¿Acudo a la misericordia de Dios en el sacramento de la confesión?

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