REFLEXIÓN DEL XV DOMINGO ORDINARIO II


OBTENER LA VIDA ETERNA
Deut 30,10-14; Sal 68; Col 1, 15-20; Lc 10,25-37
XV domingo ordinario, ciclo c
10 de julio de 2016

Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminario
Diócesis de Tuxpan

¿Qué debo hacer para obtener la vida eterna?.
Los judíos en su deseo ferviente de darle el lugar que le corresponde a Dios y al ser humano, sabiendo que Dios es santo y que la humanidad es pecadora, quieren salvaguardar esa distancia, por ello se van haciendo de mandamientos que guarden esa diferencia humana y divina, para no mezclar lo sagrado con lo profano. Al grado de tener seiscientos trece. Trescientos sesenta y cinco prohibiciones y doscientos cuarenta y ocho mandamientos.

Ante demasiados preceptos, quieren saber cuál es el principal mandamiento para obtener la vida eterna. Algunos han concluido que lo mejor es la «regla de oro», es decir «no hagas a nadie, lo que no quieras que ten hagan a ti». Otros han afirmado que es el «amor al prójimo», aunque para los judíos el «prójimo es otro judío». Algunos más han agregado el amor a Dios y al prójimo, tal como lo describe el doctor que interroga a Jesús.  Jesús aprueba que hay que amar a Dios y al prójimo con todo el corazón, fuerzas, ser y al prójimo de la misma manera, realizando esto se obtiene la vida eterna.

¿Quién es mi prójimo?
El doctor de la ley para justificarse, cuestiona quién es el prójimo, es una pregunta que tiene la intención de ver cuál es el límite del amor, porque para un judío el prójimo es otro compatriota, aunque vivan fuera de su patria; mientras que los fariseos excluyen de ese amor, al pueblo ignorante de la ley. Además cierta postura del judaísmo permitió el amor de los extranjeros a los verdaderos prosélitos, es decir a los gentiles que habían aceptado la fe en un solo Dios, se circuncidaban y observaban la ley. Ante este crucigrama, sólo el espíritu de Dios puede resolver estas dudas.

La parábola del buen samaritano.
La audacia y sabiduría de Jesús es narrar una parábola, éstas comparan el obrar divino con el humano, de tal manera que la acción de Dios se hace comprensible a partir de lo que hace el hombre; pero en estos casos lo que se presenta es el hombre a los hombres para que examinen su comportamiento, tomando como norma al hombre que muestra Jesús, o sea el buen samaritano.

Jericó es una ciudad sacerdotal, así que el levita y el sacerdote han ofrecido un culto en el templo y regresan a su casa, en el trayecto se encuentran con la persona que unos ladrones han dejado media muerta. Ambos lo ven, pasan de largo o dan media vuelta. Pero… ¿por qué toman esta actitud? Porque al estar medio muerto no quisieron tocarlo, porque les causaba impureza (ver Lev 21,1ss). Tal vez podrían correr la misma suerte de la otra persona, es decir caer en manos de los ladrones o simplemente no querían detenerse, ya que a veces el ego es más fuerte que la compasión por un miserable.

Recordemos que los samaritanos son enemigos de los judíos, ambas partes se odian; sin embargo el samaritano nos da testimonio de cómo se debe de obrar en estos casos. Su ejemplo describe algunas actitudes fundamentales de cambio, a saber: lo vio, se compadeció, se acercó, ungió sus heridas, lo vendó, lo puso en su cabalgadura, lo llevó a un mesón, cuidó de él, sacó dos denarios y se los dio al dueño del mesón y le dijo: ´cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso´.

Jesús da un verdadero sentido a la palabra “prójimo”, éste es el que tiene una necesidad y también el que se acerca para ofrecer ayuda. Prójimo no es el que se acerca a alguno a pedirle algún servicio, sino aquel al cual uno descubre necesitado y a quien uno se acerca para cuidar su vida y devolverle la dignidad, aunque se “pierda” tiempo, bienes, honor, estima, escrúpulos…

La propuesta de Jesús.
El doctor le ha preguntado a Jesús: ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna? y ¿Quién es mi prójimo? Jesús ahora le pregunta ¿Cuál de estos tres se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones? La respuesta es obvia: el que tuvo compasión.

Jesús no se queda en una enseñanza o teoría, sino que nos educa a que ese amor debe ser con todo el corazón, alma, fuerzas, es decir con toda la plenitud del ser humano, pero llevado eso a una actitud constante.

Así que la actitud fundamental es el amor; pues el hombre que cumple la voluntad de Dios, no es el que piensa en sí mismo, sino que existe para Dios y para el prójimo, el cual está sostenido y absorbido por una entrega total, pues Dios y el prójimo es principio y meta. Es el amor el que le da sentido a la ley, si ésta no permite que el amor se desarrolle, crezca y madure está equivocada y comete un error letal, porque para obtener la vida no basta el conocimiento de normas o doctrinas. Lo importante y decisivo es la actitud de misericordia: Haz esto y vivirás; así lo ha expresado rotundamente Jesús.

Es oportuno cuestionarnos: ¿Queremos alcanzar la vida eterna? ¿Manifestamos el amor que profesamos en la relación con los demás? ¿Soy prójimo?

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