REFLEXIÓN DEL XIII DOMINGO ORDINARIO
QUIEN ME RECIBE A
MI, RECIBE AL QUE ME HA ENVIADO
2 Re 4, 8-11.
14-16; Sal 88; Rom 6, 3-4.8-11; Mt 10, 37-42
XIII domingo del
tiempo ordinario, Ciclo A
2 de julio de 2017
Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminario
Diócesis de Tuxpan
El evangelio de san Mateo
está ubicado en el contexto del llamado de los Apóstoles y de la misión de los
mismos. Se ha dicho de las consecuencias que conlleva anunciar a Jesús (ser
rechazado, persecuciones…); ahora se insiste en dos aspectos fundamentales: en
la radicalidad del seguimiento (tomar la cruz y seguirlo) y la identificación
de Él con los que ha enviado (quien los recibe a ustedes me recibe a mí
-hospitalidad-).
1.
Tomar
la cruz y seguirlo=radicalidad evangélica.
El evangelio muestra una
gran exigencia para los seguidores, a saber: “El que ama a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que
a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de
mí”.
En primer lugar no se
trata de aborrecer a la familia, no es este el sentido del evangelio. Más bien,
siempre hay jerarquías y Dios siempre estará y debe de estar por encima de
todo. En la vida práctica hay que darle a Dios el lugar que le corresponde y a
la familia también. Se trata de tener el bien mayor en primer lugar y luego los
demás bienes según su escala de valores, ya que apegarse a cosas y a relaciones
humanas como si fueran lo máximo es relegar a Dios a un lugar que no le
corresponde.
El ser humano que es capaz
de renunciar a algo valioso, para ir en la consecución de algo más grande, está
en el camino de la cruz y ésta vía le pone en sintonía con la búsqueda del
Reino. En el lenguaje del evangelio se dice: “el que salve su vida la perderá y
el que la pierda por mí la salvará”.
Por otra parte, a veces le
damos a la cruz un significado equivocado: algunos piensan que es un lugar de
fracaso, de castigo, de burla, de muerte. Sin embargo, la cruz es algo más que
eso. En la segunda lectura se dice: “Si hemos muerto con Cristo, estamos
seguros de que también viviremos con él…La muerte ya no tiene dominio sobre él,
porque al morir, murió al pecado de una vez para siempre; y al resucitar, vive
ahora para Dios”.
2.
Identificación
de Jesús con los que ha enviado.
El evangelio afirma:
“Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que
me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa
de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de
justo”.
En estas palabras lo que
subyace es que una identificación real entre Jesús y sus enviados. Ciertamente
los discípulos nunca serán como el Maestro, pero le bastaría al discípulo ser
como su Señor. Para ello, se tiene la enorme responsabilidad de actuar en la
persona de Cristo. Por tanto, el mensaje que se va a transmitir no es de él, sino
del que lo envía. Nunca un enviado va a título personal, sino que representa a
Cristo Jesús.
Para eso, debe de conocer
a conciencia la doctrina del Señor y no debe por ningún motivo omitir, quitar,
suprimir, agregar nada de lo que Él haya dicho. Lo escrito, escrito está y eso
mismo debe de anunciar sin temor a perder la vida porque el que salve su vida
la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.
Así, pues recibir a Jesús
conlleva enormes bendiciones. La prueba de ello está en la primera lectura (2 Re
4, 8-11. 14-16) la mujer de Sunem le
ha brindado al profeta Eliseo de comer y un lugar para que descansará. Le ha
abierto las puertas de su casa y le abierto su corazón. Ante tan grande
misericordia, Dios la ha bendecido con un hijo.
Nos
cuestionamos: ¿Estás dispuesto a dejar: casa, tierra,
familia, trabajo, etc. Para seguir al Señor? ¿Has tomado la cruz de cada día
consciente de que obtendrás el Reino? ¿Cómo has recibido a los discípulos del
Señor? ¿Te has dado cuenta de las bendiciones que Dios te ha dado y te sigue
dado al recibirlo en la persona de sus enviados?
Comentarios
Publicar un comentario