REFLEXIÓN DEL XXVII DOMINGO ORDINARIO


AUMÉNTANOS LA FE
Hab 1, 2-3; 2,2-4; Sal 94; 2 Tim 1, 6-8.13-14; Lc 17, 5-10
XXVII domingo ordinario, ciclo c
2 de octubre de 2016


Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminario
Diócesis de Tuxpan

Ubicación del texto.

El evangelio de este domingo inicia con una petición de parte de los apóstoles hacia Jesús, los cuales le solicitan: “auméntanos la fe”. Dicha petición proviene de que: 

  • Los discípulos no tienen que ser motivo de pecado y menos de tropiezo para los más pequeños. Además, Jesús da algunas razones para la corrección fraterna.
  •  Antes nos ha advertido de los riesgos que hay cuando ponemos nuestro corazón en el dinero, cuando servimos al dinero, cuando administramos mal, cuando somos insensatos con los necesitados (rico con el pobre Lázaro).

Lo que los discípulos necesitan por encima de cualquier otra cosa, es tener una fe bien profunda o arraigada en el Dios de Jesucristo, el cual puede liberarnos de toda oposición y fuerza destructiva. De ahí que nos invite a tener una fe como una semilla de mostaza y poder decirle al árbol de sicómoro arráncate de raíz y plántate en el mar. Dicho árbol puede estar 600 años en pie en la tierra, pese a todas las inclemencias del tiempo; basta una palabra expresada con el mínimo de confianza en Dios para hacer que tal árbol sea arrancado y trasplantado.

Por tanto, Dios da la fuerza divina para cumplir todos los imperativos que Jesús nos solicite. Si el que sigue a Jesús cree que con Él se ha inaugurado la salvación y pone su confianza plena en Él, obtendrá todo.

¿Qué es la fe? Fidelidad a Dios.

La fe en un hombre es la consecuencia de una fidelidad a Dios, es una forma de vida honda, profunda, el cual ofrece su Palabra y la mantiene, mientras que el hombre en su fidelidad le responde a la llamada que Él le hace.

No se trata de creer en cosas sino de fiarse en Él, es decir ponerse en sus manos. Esta es la idea básica que nos presenta el texto de Habacuc cuando dice: “que el justo vivirá por su fe”.

Es notorio que el profeta ubica la fe en el momento de la prueba, que es en ese preciso momento cuando más la necesitamos y es cuando más parece no estar o esconderse. Esto mismo sucede en nuestros tiempos cuando vemos nuestras esperanzas caídas, nos gana la incredulidad, los caminos se cierran. Y aclamamos: ¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme? ¿Por qué me dejas ver la injusticia y te quedas mirando la opresión? Ante mí no hay más que asaltos y violencias, y surgen rebeliones y desórdenes.

Ante este panorama desolador, los hechos nos empujan hacia la desesperación y la incredulidad; sin embargo, el hombre «justo» es el que responde a la llamada de Dios (tzadik) y se identifica con la fidelidad (emuna) a Él.

Así que, frente a la justicia de los pueblos que identifican la verdad con su fuerza, la verdadera justicia en Israel es la confianza en Dios. Por tanto, Dios es verdadero porque es fiel, porque mantiene su palabra a los hombres y éstos pueden fiarse en Él.

La fe no crece a base de explicaciones, sino que se nos da.

Dios nos ha premiado al concedernos la inteligencia, ésta es una esclava de la fe, es decir a través de la razón podemos conocer la fe e inclusive defenderla de los ataques que ésta tiene. La razón no es para aumentar la fe, por más argumentos que expreses, eso no aumenta la fe. Cuando los discípulos le piden a Jesús que les aumente la fe, Él no les da explicaciones de cosas, sino que los ubica en un deseo, por eso le dice: “si tuviera fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y los obedecería.

La fe crece por el deseo, anhelo, hambre o necesidad de alcanzar aquello que se nos propone alcanzar, a través de la fe. Ejemplo: la vida eterna. En cambio, las virtudes humanas no se cultivan por el deseo, sino por la repetición de actos o por explicaciones. Por ejemplo: vivir justamente, si nos dan explicaciones de vivir así, podremos vivir justamente.
Santa Catalina de Siena habla del santo deseo. Éste es una especie de fuego interior que se apodera de cada uno y hace crecer la fe.

Jesús nos aumenta la fe o el deseo de ella (fe) al mostrarnos el final del camino. Así que cuando los discípulos le piden auméntanos la fe, Él lo que hace es mostrar el deseo de creer en Él y este creer lo hace mostrando el final del camino (hacer lo que tenemos que realizar). Por ejemplo: Los padres cuando desean que su niño empieza a caminar, no le dan explicaciones, sino que se ponen al final de un camino y desde ahí le extienden los brazos para que avance hacia ellos. Así es Dios, se pone unos pasos delante de nosotros y nos extiende los brazos para que avancemos hacia Él confiando plenamente que estamos en sus brazos.

Nos cuestionamos:

¿Tengo fe? ¿Qué tipo de fe tengo: cuantitativa o cualitativa? ¿Le he agradecido a Dios la fe que tengo?¿Le he pedido a Dios que me aumente mi fe? ¿Dudo de la existencia, el amor y la misericordia de Dios? ¿Por qué soy incrédulo? ¿Qué y quién ha influido en mi incredulidad? ¿He influido en otros para que duden de Dios?

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