REFLEXIÓN DEL XXIV DOMINGO ORDINARIO


ALEGRÍA ANTE EL ENCUENTRO
Éx 32, 7-11.13-14; Sal 50; 1 Tim 1, 12-17; Lc 15, 1-32
XXIV domingo ordinario, ciclo c
11 de septiembre de 2016

Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminarioDiócesis de Tuxpan

1.      Tres parábolas.

Las parábolas son para Jesús un medio eficaz para transmitir su mensaje de amor. Aunque ya se usaban en su tiempo, es Él el que les da un gran realce para comunicarnos como es el Reino y nuestro deseo de adquirirlo.

Las parábolas son: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo; éstas surgen a partir de un diálogo de Jesús con los fariseos y maestros de la ley, los cuales lo critican porque se junta a comer con los pecadores.

2.      El encuentro en las comidas.

Para no contaminarse los judíos piadosos no comían en la misma mesa con personas que eran reconocidas como: pecadores, cobradores de impuestos y extranjeros.

Jesús no actúa de la misma manera, para Él y la gente de su tiempo las comidas son una magnífica oportunidad para que a través de los banquetes se estrechen lazos de amistad y hasta de parentesco entre los comensales. Él nos muestra como es el Padre (misericordioso). Por eso sale al encuentro de los pecadores, convive con ellos, éstos lo escuchan, se alegran y se convierten.

3.      Alegría del encuentro.

La alegría del encuentro, entre los pecadores y Jesús, es la misma que siente Dios, como un pastor que ha perdido una oveja y después de dejar las noventa y nueve en el campo, sale en su búsqueda y al encontrarla la carga sobre sus hombres y lleno de alegría reúne a sus amigos y vecinos para que se alegren con él. Es notable que la oveja perdida ha permanecido pasiva, en cambio el pastor asume una actitud activa (búsqueda), ésta es la actitud de Dios por los pecadores, es un interés especial por aquella que no está en el redil.

La alegría de Dios es similar a la de una mujer que al perder una moneda de plata, enciende una lámpara, barre la casa y la busca con cuidado y al encontrarla reúne a sus amigas y vecinas para que se alegren con ella.

La alegría de Dios es semejante a un padre de familia, que ha perdido a un hijo. El encuentro revela el inmenso amor de Dios por todos sus hijos, particularmente si han pecado y se han alejado de Él.

El hijo regresa movido por el hambre y busca ser recibido como un jornalero más. Él sabe que por el daño que ha hecho no puede ser recibido como hijo. Sin embargo, el Padre lo recibe, le hace fiesta, le perdona y lo acoge como un hijo. Lo viste, lo calza y le pone un anillo signos de un hombre libre y digno. Son signos de que es bien recibido, como un hijo esperado y querido en la casa paterna y que toma nuevamente posesión de los bienes paternos.

El hijo mayor es celoso, inflexible, cumplidor de las órdenes de su padre. Éste representa a los fariseos y maestros de la ley que han reprochado a Jesús dejarse acompañar por pecadores y juntarse con ellos. Jesús es el hijo que representa al Padre y muestra el rostro de la misericordia para con todos.

4.      Aspectos prácticos.
El Papa Francisco en la Evangelium Gaudium dice: “La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (ver EG # 1). Pero, ¿Dónde encontramos a Jesús? La alegría del encuentro con Jesús se da en: la Palabra, los sacramentos, especialmente la Eucaristía, en la oración, la comunidad reunida, en el sacerdote y el hermano necesitado.

“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (Ver EG #2).

Lo contrario a la alegría es la vida triste, resentida, nos quejamos de todo, hay amargura, llanto, dolor. Por eso, la alegría no se vive igual en cada persona, ni en cada etapa y ni en las mismas circunstancias de la vida, que para algunas a veces son situaciones muy duras, pero hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, en medio de las peores angustias (ver EG # 6).

No estamos llamados a una vida así, es necesario renovarnos. El rostro, las expresiones y conductas hablan de la tristeza o alegría de una persona. “Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas…Ojalá el mundo actual pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EG. 10).

Pidámosle a Dios que nos encontremos con Él y alegre nuestro corazón.

Nos cuestionamos:

¿Me alegró al encontrar lo que he perdido? ¿Me alegro cuando los demás encuentran lo que han perdido? ¿Comparto la misma alegría a otros de la que soy participe del hermano que ha perdido y encontrado lo suyo? ¿Me alegro de encontrarme con Jesús en la palabra, la eucaristía, la reconciliación, la oración, etc.?  

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