REFLEXIÓN DEL XXVI DOMINGO ORDINARIO


UNA GRAN BRECHA
Am 6,1.4-7; Sal 145; 1 Tim 6,11-16; Lc 16, 19-31
XXVI domingo ordinario, ciclo c
25 de septiembre de 2016

Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminario
Diócesis de Tuxpan

Una gran brecha entre la riqueza y la pobreza.

La parábola del rico y el pobre Lázaro es una escalofriante escena que narra lo que es vivir en el mundo de la riqueza y estar sumergido en la pobreza. Entre estas dos realidades se abre una gran brecha.

Porque mientras el rico tiene un hogar altamente lujoso y personal a su servicio. Lázaro no tiene un techo donde reclinar su cabeza, vive en la calle, tapándose con...nada. Mientras el rico se vestía con las mejores telas finas de su tiempo (lino y púrpura); Lázaro, en cambio, no tenía que ponerse. Mientras el rico banqueteaba espléndidamente cada día, el pobre de Lázaro, no tiene ni que comer, ni que beber, pues ansiaba llenarse aunque sea con las sobras que caen de la mesa de este rico. Mientras el rico goza de buena salud, Lázaro está cubierto de llagas y lo más inhumano es que los perros se le acercaban para lamerle tales llagas.

Un abismo inmenso después de muertos.

El texto narra que ambos personajes murieron. La situación terrena y después de la muerte siguen presentando una brecha o un inmenso abismo, ahora Lázaro fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió el rico y posiblemente lo sepultaron con lo más fastuoso de su tiempo. Éste estaba en el lugar de tormentos, en cambio Lázaro ahora goza de un bien celestial que en vida no lo pudo tener.

Por otra parte, se resalta la petición del rico, el cual aclama: ʻPadre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamasʼ. Llama portentosamente la atención que dicha súplica no es atendida, cuando los evangelios narran varias peticiones que son atendidas como: la viuda pobre ante el juez injusto (ver Lc 18,1-8); la súplica del publicano en el templo (ver Lc 18, 9-14); el recaudador (Lc 6, 24; 18,13).

¿Por qué no es atendida su petición? Porque la situación del rico es irreparable. Cuando el rico está en los infiernos y ve a Lázaro junto a Abraham lo reconoce y lo llama dos veces por su nombre, situación que lo condena por sus propias palabras porque estando en vida ni siquiera lo llamó para brindarle su ayuda. Diferente es el caso del buen samaritano que lo “vio y se compadeció” (ver Lc 10,33). “Cuando estaba todavía lejos, su padre lo vio y se compadeció” (ver Lc 15, 20). El rico en vida no pudo o no quiso ver a Lázaro, pues éste estaba en su puerta.

Aspectos prácticos.

¿El rico se condena por ser rico? La riqueza no es buena, ni mala. Somos nosotros los que no sabemos hacer un uso correcto del dinero. El rico tenía frente a sí mismo a un pobre andrajoso para hacer varias obras de misericordia como: dar de beber al sediento, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, dar posada al peregrino, sin embargo, la riqueza lo ha cegado, el corazón se ha endurecido, su conciencia se ha eclipsado, vive sólo para su dinero.  El rico está padeciendo los estragos de una vida sin Dios que vivió en la tierra por el apego a su riqueza.

Nos cuestionamos:

¿Le he dado mi corazón al dinero? ¿Qué lugar ocupa Dios, el prójimo y el dinero en mi vida? ¿En qué utilizo mi dinero? ¿Trato por igual a pobres y ricos? ¿Practico obras de misericordia? ¿Creo que existe el cielo, purgatorio y el infierno?

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