REFLEXIÓN DEL DOMINGO XXVI ORDINARIO
ESCUCHAR A MOISÉS
Y A LOS PROFETAS
Am 6,1.4-7; Sal
145; 1 Tim 6,11-16; Lc 16, 19-31
XXVI domingo
ordinario, ciclo c
25 de septiembre
de 2016
Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminario
Diócesis de Tuxpan
Después de que el rico
falleció y el pobre de Lázaro también, la vida de ambos fue distinta a como
vivían en la tierra. Lázaro en vida había recibido males y ahora está en la
presencia de Dios, el rico tenía muchos bienes y ahora está en un lugar de
tormentos.
Ante ello el rico le hace
dos peticiones a Abraham, en la primera le pide que tenga piedad y mande a
Lázaro a mojar su dedo y le refresque la lengua porque le torturan esas llamas.
En la segunda afirma: ʻTe
ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan
allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben ellos en este lugar de
tormentosʼ. Abraham dijo: ʻTienen a Moisés y a los profetas; que los escuchenʼ.
Pero el rico replicó: ʻNo, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces
sí se arrepentiránʼ. Abraham repuso: ʻSi no escuchan a Moisés y a los profetas,
no harán caso, ni aunque resucite un muertoʼ.
1.
Escuchar
a Moisés y a los profetas o a un muerto.
¿Quién puede convencer a
un vivo para que se convierta: la Palabra de Dios (Moisés y los profetas) o un
muerto?
Para que la misericordia
brote de un corazón humano, es vital el encuentro con la Palabra de Dios. La
Sagrada Escritura da testimonio de sí misma. En el encuentro del resucitado con
los peregrinos de Emaús la narración dice: “empezando por Moisés y continuando
con todos los profetas, les explicó lo que se refería a Él en las Escrituras” (ver
Lc 24,27). Y después de conocer al resucitado al partir el pan, los discípulos
dicen: “con razón nuestro corazón ardía cuando nos hablaba en el camino y nos
explicaba las Escrituras” (ver Lc 24,32).
Así que la Palabra cuando
penetra en el corazón es capaz de transformar a la persona y ésta nace a una
nueva vida. La palabra hace ver lo que antes no se veía. Es admirable que el
rico tenga una idea muy tonta de la conversión, porque para él la conversión
depende de que un muerto venga y les hable a los suyos. En cambio, la
conversión surge del encuentro con la Palabra.
a) Escuchar la Palabra.
Por otra parte, Abraham
en su diálogo con el rico le dice que hay que «escuchar». El texto reza así:
“Tienen a Moisés y a los profetas que los escuchen”, “si no escuchan a Moisés y
a los profetas, no harán caso aunque resucite un muerto”. Es muy diferente:
leer a escuchar. Si la Palabra de Dios no se escucha, no va a provocar un
cambio. Porque cuando se escucha penetra en el corazón, ahí es bien recibida,
se abre a la fe y la fe como virtud teologal hace cosas indescriptibles.
El rico de la parábola
seguramente conocía la Escritura por dos razones: a) conoce a Abraham y b) todo
hijo de Abraham conoce la Escritura. Por tanto, si ha leído o estudiado la
Escritura pero no la ha escuchado.
b) Escuchar a los pobres.
Otra razón por la cual la
palabra de Dios puede convertir el corazón humano es la relación de la misma
con los pobres. Éstos son el centro del ejercicio pastoral de Jesús, el domingo
pasado la reflexión nos cuestionaba sobre la decisión que hay que dar entre
Dios o el dinero. El rico no se condena por ser rico, ni el pobre está en el
cielo por ser pobre, se trata aquí de la capacidad o incapacidad para ver y
sentir compasión por el otro, que en éste caso es del rico sobre Lázaro, el
cual lo reconocía pues cuando muere lo menciona dos veces por su nombre, pero
cuando vivía lo ignoró aunque estaba en la puerta de su casa.
Por tanto, la
misericordia se conjuga siempre con el prójimo, ésta no va en una sola
dirección, sino en dirección hacia Dios y hacia los demás.
Nos
cuestionamos:
¿Tengo Sagrada Escritura
católica en mi hogar? ¿Cada cuánto la leo? ¿Lo que leo, lo entiendo y si no lo
entiendo busco a alguien capacitado que me la explique? ¿Asisto a cursos de
preparación bíblica? ¿Estoy en un grupo de la Iglesia? ¿Ahí se medita
constantemente la Palabra de Dios? ¿Cuándo asisto a misa escucho la enseñanza
que brota de la Sagrada Escritura? ¿Vivo o doy testimonio de lo que se narra en
la Sagrada Escritura?
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