REFLEXIÓN DEL 4° DOMINGO DE PASCUA
YO SOY EL BUEN
PASTOR
Hech 2, 14.36-41;
Sal 22; 1 Pe 2, 20-25; Jn 10, 1-10
IV domingo de
pascua, Ciclo A
7 de mayo de 2017
Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminario
Diócesis de Tuxpan
Hay en este mundo hay infinidad
de voces de personas que se proclaman como “buenos” y como “pastores”, sin
embargo, solo una voz hay que escuchar, seguir, servir porque Él da vida y vida
eterna.
1.
Contexto de un pastor.
Los
pastores del tiempo de Jesús dejaban por las noches sus rebaños en un corral
común, con un guardia. Era la manera más fácil de protegerlas de los ataques de
los lobos o de los ladrones. Al amanecer, antes de salir el sol, cada pastor
recogía sus propios animales y los llevaba a pastar. Cada pastor ha visto nacer
y crecer a sus propios corderillos y los conoce bien. Incluso tiene un nombre
para cada uno. Las ovejas también reconocen el olor y la voz de su dueño y no
siguen a otro. Cada pastor entra en el recinto y llama a las ovejas por su
nombre. Una vez fuera, las cuenta y, cuando están todas, camina delante de
ellas para conducirlas a pastar al campo, haciendo oír su voz para que no se
pierdan. A un extraño, sin embargo, no le siguen. Al contrario, tienen miedo de
él y huyen de su presencia, porque no están familiarizadas con su voz.
2.
El verdadero pastor.
El
verdadero pastor se diferencia claramente de un asalariado. Éste último trabaja
por dinero y no le importa la suerte de las ovejas. Esto se ve cuando llegan
los lobos hambrientos a atacar el rebaño. Mientras que, en este caso, el dueño
de las ovejas arriesga su vida por defenderlas a ellas, el mercenario huye,
pensando sólo en salvarse a sí mismo. El buen pastor conoce a sus ovejas y es
capaz de distinguir las suyas de las demás, conoce las necesidades concretas de
cada una, sufre con ellas las inclemencias del tiempo y el cansancio de los
desplazamientos, vela por su rebaño, las protege de los enemigos que lo
amenazan, cura a las ovejas enfermas, alimenta con solicitud a las preñadas,
dedica una atención especial a las más débiles.
3.
Yo soy el Buen Pastor.
Jesús
es el verdadero Pastor bueno y generoso que conoce nuestros nombres, nuestras
características personales, nuestra historia y que nos ama con un cariño único
e irrepetible. Él viene a buscarnos para sacarnos del redil donde estábamos
encerrados (la esclavitud del pecado y de la ley) y conducirnos a la libertad
de los hijos de Dios. Nos habla, educándonos con sus enseñanzas.
·
Quienes le escuchan
saben que sólo Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6, 68).
·
Nos alimenta con su
Cuerpo y su Sangre (Jn 6, 55).
·
Da el agua del Espíritu
Santo, la única que puede saciar nuestra sed (Jn 4, 14).
·
Conduce a la Verdad y
la Vida (Jn 14, 6).
·
Ha amado hasta el
extremo (Jn 13, 1), manifestándonos lo ilimitado de su amor al dar la vida por
nosotros (Jn 15, 13).
·
La verdadera felicidad
consiste en acogerle y seguirle, porque nadie va al Padre, sino es a través de
Él.
«Yo
conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y
yo conozco al Padre; por eso me entrego por las ovejas». Jesús describe aquí su relación con los suyos. Entre Él y
los creyentes se da el mismo conocimiento profundo e íntimo y el mismo afecto
sincero y tierno, que entre Él y su Padre del Cielo. El verdadero conocimiento
no es una mera relación intelectual, sino la comunión en el amor. Conocer a
alguien es comprender sus sentimientos más profundos, los motivos por los que
actúa de una forma determinada. Tanto como el Padre conoce y ama a Jesús; así
nos ama a nosotros.
Nos cuestionamos: ¿Escucho
la voz de Jesús (Buen Pastor) para guiar mi vida y la vida de los que Él me ha
encomendado? ¿Soy Buen Pastor en la conducción de la vida de mis hijos,
alumnos, ciudadanos y/o fieles? ¿Me donó diariamente en mis quehaceres? ¿Creo y
camino en la consecución de la vida eterna?
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