REFLEXIÓN DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS


LENGUAJE DE AMOR DESDE LA CRUZ
Hech 2,1-11; Sal 103; 1 Cor 12, 3-7; Jn 20,19-23
Solemnidad de Pentecostés
4 de junio de 2017

Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador del seminario
Diócesis de Tuxpan

El misterio de la muerte y sobre todo de la resurrección del Señor conlleva una enorme grandeza de amor, la cual es incomprensible desde la óptica humana; para acercarse simplemente a una diminuta parte de su ser, se necesita de su gracia.

La grandeza de su amor es tal que resulta inadmisible saber que Dios está en su reino glorioso, como Padre, Hijo y Espíritu Santo y sin embargo, está con la humanidad en todo momento.  Más aún, no nos ha abandonado, por eso que ha enviado al Espíritu Santo para guiarnos a la verdad plena.

La solemnidad de Pentecostés, es una manifestación más de la gracia desbordante de Dios hacia la humanidad y un signo de su amor infinito.

Explosión del Espíritu Santo.

En el texto de los Hechos (2,1-11), se describe de manera explosiva la presencia del Espíritu Santo, a través de diversos signos o símbolos que manifiesta su amor, a saber:

  •         Soplo de un viento fuerte.
  •          Ruido impetuoso.
  •          Lenguas de fuego.
  •         Comprensión de un lenguaje, en la diversidad de lenguajes.

Esto no quiere decir que el Espíritu es viento, es fuego, es lengua; sino que Dios se puede manifestar de diversa maneras y en cada una de ellas demuestra: su existencia, su presencia que nos acompaña, pero sobre todo su amor que se derrama de una u otra manera.

Lo que si es cierto es que el Espíritu es como un viento, que no lo vemos pero existe y nos sacude; es también como un fuego porque viene a depurar la vida y es un lenguaje de amor, pero incomprensible cuando no se le escucha, pero entendible cuando Él conduce tu vida.

Lenguaje de amor desde la cruz.

Cuando desconocemos el amor de Dios, deseamos que demuestre su existencia y presencia de manera espectacular y darle crédito; sin embargo, la manera del obrar divino es muy distinta.

El lenguaje de amor es diverso al ser humano, al grado de que se necesita de la gracia del Espíritu para descubrirlo con exactitud. Precisamente el evangelio (Jn 20, 19-23) describe como Jesús se les aparece a los discípulos, los cuales están encerrados por miedo a los judíos. Al presentarse ante ellos les trae un mensaje de paz, pero les muestra las manos y el costado pruebas desmesuradas de su amor por la humanidad, al morir por cada uno en la cruz.

El don del Espíritu Santo y el sacrificio de Jesús en la cruz tienen una sintonía, pero no es una explosión de un hecho majestuoso, como un viento impetuoso o lenguas de fuego, más bien la cruz es algo vergonzoso, es como signo de fracaso desde la perspectiva humana; sin embargo Dios expresa su atracción a ella (cruz) a través de su amor. De tal manera que el lenguaje de fuego y de amor divino que trae el Espíritu se encuentran ahí en la cruz.

La atracción que la cruz presenta no es otra que el amor de Cristo al morir por ti y por mí ahí. La cruz es signo de la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado, además otorga la redención; en un palabra el amor es el enlace entre su muerte y la efusión del Espíritu porque al morir inmediatamente no nos deja solos si no que derrama su amor al enviar al Espíritu Santo, para hacer de cada uno sea una creatura nueva.

Por esa misma razón Jesús dice: “reciban el Espíritu Santo”. Esto quiere decir que lo recibimos bajo el misterio de la cruz y la labor del Espíritu Santo es conducirnos a la verdad plena que se encuentra en la cruz.

Nos cuestionamos: ¿Creo en el Espíritu Santo? ¿He descubierto su presencia y su amor? ¿En la cruz veo el amor de Dios y la efusión de su Espíritu? ¿Estoy dispuesto a dejarme conducir a la verdad plena que es la cruz?

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