REFLEXIÓN DEL VIII DOMINGO ORDINARIO
EL AMOR PROVIDENTE
ES MATERNO
Is 49, 14-15; Sal
61; 1Cor 4,1-5; Mt 6, 24-34
VIII domingo
ordinario, Ciclo A
26 de febrero de
2017
Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminario
Diócesis de Tuxpan
1.
Amor
materno.
El amor de Dios es tan
sublime que nunca lo acabaremos de entender. Hoy se presenta con una imagen
materna y es comprensible en cierta forma esta imagen, porque el amor de una
madre no tiene nunca comparación.
Esta imagen da entender
lo siguiente: en primer lugar, que Dios no tiene sexo y ama como madre o como
padre. El amor de Dios es tan grande que usa esta comparación (materna) para
expresar que si una madre ama de manera sacrificial, generosa, de entrega
total, etc. Él nos ama mucha más, porque en la tierra hay madres que pueden
abandonar a sus hijos; sin embargo, Él nunca lo va hacer.
Por tanto, el amor de
Dios es: cercano, tierno, cálido, materno y paterno, abnegado, de entrega
total, es humano y divino. Nunca abandona.
Nos cuestionamos: ¿Amas a
tu mami y papi? ¿Tus padres te aman? ¿Has experimentado el amor de Dios? ¿Cómo
describes el amor de Dios?
2.
Amar
a Dios no es lo mismo que amar al dinero.
El evangelio de este día
da dos recomendaciones:
- No podemos servir a Dios y al dinero.
- No estemos preocupados por el día de mañana (vestir, comer…)
Jesús es el Señor y de Él
recibimos mandatos (mandamientos que conducen al amor auténtico y plena
felicidad). Cuando se sirve al Dios dinero, el corazón ya le pertenece a este
señor y ya no eres dueño de ti mismo. El título de Señor se lo quiere adjudicar
el dinero y quitarle a Dios su lugar. Esta es la artimaña del Maligno y utiliza
el poder, a don dinero para este fin y desgraciadamente se cae en esas garras.
El dinero es un tirano
que se convierte en agobio, se convierte en un deseo insaciable. Se disfraza de
felicidad, placer, poder, vida cómoda, etc. El dinero es necesario, pero no es
lo único. Es medio para poder satisfacer las necesidades básicas, pero se puede
vivir feliz sin él. Sin embargo, él se presenta como la mejor y única opción
que te garantiza lo que quieras. Cuando le das al dinero tu corazón, se convierte
en tu dios, se convierte en un tirano y no podrás estar nunca satisfecho de
nada, todo te va a parecer simple, sin sentido, experimentarás el vacío,
probarás de todo y nada te hará sentir pleno; así es don dinero.
Es un tirano que te va a
exprimir, te va a reclamar demasiadas cosas y te vas convertir en un títere de
él. Es un tirano implacable y agotará todo tu ser, te va ser pedazos poco a
poco. Así sucede en la mercadotecnia que te van a presentar una oferta de un
celular, una tv, ropa, viajes, comidas, etc. Esas ofertas se convierten en un
deseo que nunca tendrá un límite. No le des tu corazón al dinero. El único
Señor de tu vida es Dios.
Nos cuestionamos: ¿Qué
lugar ocupa el dinero en tu vida? ¿Qué lugar ocupa Dios en tu vida? ¿Has experimentado
el deseo insaciable que te presenta el dinero? ¿Cómo has resuelto este
problema? ¿Has prevenido a otros de este mal?
3.
Amar
a Dios es confiar plenamente en Él (no preocuparse por el mañana).
La persona agobiada es
una persona que está cargada de preocupaciones (comer, vestirse…) y estando
así, la mente está en otro lado. El evangelio invita a estar ocupados y no
pre-ocupados.
Pre-ocupado: es tener la
mente ocupada antes de tiempo, en lo que no debe de estar ocupado. Ese tiempo
anticipado no resuelve el problema. No hará nada, con el simple hecho de estar
pre-ocupado. Ejemplo: Las amas de casa están en misa y su cabeza está en otro
lugar, pensando que van a guisar y dónde van a comprar esto y lo otro, etc.
Cada ser humano es una
creatura del Señor, es un hijo de Dios y el Creador es el que te sostiene. Dios
no te ha creado a la fuerza, sino que fue por gratuidad, fue su amor infinito
lo que originó tu existencia. Por tanto, Él no te va abandonar, es providente,
te sostiene, porque Él sabe cuáles son tus necesidades y estará al pendiente de
ti, de manera permanente.
La invitación de Dios es
confiar plenamente en Él. Su amor materno o paterno nos educa a entender que Él
siempre es cercano, que te lleva en sus brazos, te cuida, protege, que no te va
a abandonar y que nunca te va a faltar nada. Por tanto, Él es y debe ser el
dueño de tu corazón, porque Él es el Señor y a Él le debes de servir.
Nos cuestionamos: ¿Vives
agobiado por la casa, comida, vestido y sustento? ¿Confías plenamente en Dios? ¿Qué
beneficios has tenido cuándo confías plenamente en Dios?
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