REFLEXIÓN DEL VI DOMINGO ORDINARIO
LA PLENITUD DE LA
LEY: EL AMOR
Eclo 15, 16-21;
Sal 118; 1 Cor 2, 6-10; Mt 5, 17-37
VI domingo
ordinario, ciclo A
12 de febrero de
2017
Pbro. Gilberto Lorenzana González
Formador en el seminario
Diócesis de Tuxpan
Jesús predicó en el
sermón del monte las bienaventuranzas que son la carta magna de los discípulos
del Señor, en ellas se despliega todo un itinerario que garantiza la felicidad
plena. En sintonía con este sermón, las lecturas de este domingo nos hablan de
los mandamientos en una comparación con los preceptos del Antiguo Testamento y
la novedad traída por Jesús. La plenitud que Jesús imprime a la ley no consiste
en darle un cabal cumplimiento, la cual está sostenida por el mandamiento del
amor, como primacía sobre ley en sí.
1.
Los
mandamientos de la antigua ley.
Los mandamientos que
inculcó Moisés son enseñanzas que él recibe y los trasmite tal cual, son
mandatos que se quedan en el cumplimiento legal, porque cuando se desconoce el
espíritu de la letra se incurre en una letra muerta, en algo vacío, se cae en
un mero cumplimiento de las cosas sin sacar de ello un gran beneficio personal
y social. Así por ejemplo se dice:
a) No matarás y el que mate será llevado
ante el tribunal.
b) No cometerás adulterio.
c) No jurarás en falso y cumplirás al
Señor lo que hayas prometido en juramento.
2.
La
plenitud a la ley, a partir del amor que enseña Jesús.
La novedad que Jesús le
imprime a los mandatos es descubrir en ellos el amor de Dios. Antes que cumplir
cosas es descubrir que cada mandamiento invita a la plena felicidad, no se trata
de imprimir cargas sobre los hombros de las personas, sino llegar a una vida
plena. De ahí que Jesús se presenta por encima de la ley.
a) No matarás.
El precepto pone un acento
especial en la persona y su dignidad. Ella está por encima de todo, ya que fue
creada por Dios a su imagen y semejanza. El ser humano no es algo, sino alguien
y por tanto es principio, porque da sentido a las actividades; sujeto, porque
tiene una vida activa en la sociedad y fin porque está por encima de todo.
Jesús nos da entender
esta primacía de la persona y le da plenitud al mandamiento diciendo que: la
ira, insulto, agresión, desprecio, es ya una muerte anticipada. Más aún, invita
a que mientras vamos peregrinando en este mundo nos pongamos en paz, porque si
vas al templo y presentas tu ofrenda, pero sabes que tienes algo pendiente con
tu hermano vez primero a reconciliarte. De esta enseñanza se desprende lo
siguiente:
- Un culto sin justicia no es grato a Dios. La justicia no es dar a cada quien lo que corresponde porque nos llevaría a la ley del Talión, la justicia que Dios nos pide es una justicia divina, es decir ser misericordiosos.
- La reconciliación (perdón) es condición indispensable para participar del culto.
- Cuando falta la fraternidad, la comunión, la solidaridad, el respeto a la integridad de la persona, la Eucaristía o el culto queda vacío.
Nos cuestionamos:
¿Valoro, cuido, protejo, defiendo la vida? ¿De qué forma he matado a alguien?
¿Participo en secuestros, extorsiones, trata de personas, robos, mutilaciones,
etc.? ¿Vendo, reparto, fabrico drogas? ¿Estoy en paz conmigo mismo y los demás?
¿Pido perdón cuando he ofendido, insultado, agredido a un hermano?
b) No cometerás adulterio.
Jesús nos educa en el
amor, de ahí que otra manera de perfeccionar la ley, en relación a este
precepto define que el adulterio no se concretiza de manera corporal
(físicamente), sino que se da también con el deseo y de esta manera ha
infringido la ley. El desear a alguien
desde el corazón y pensamiento es ya una falta porque el ser humano es: cuerpo,
alma, corazón, pensamiento, sentimiento, voluntad, inteligencia, etc.
La ley no sólo ve las
acciones, sino también las intenciones que se resguardan en el pensamiento y en
el corazón y este es un recinto sagrado, que se puede convertir en alabanza a
Dios o de ofensa a Él en los hermanos. Así que, el adulterio también se anida
en el corazón, por tal motivo es necesario la pureza de este órgano para no
manifestar con acciones o pensamientos deseos que vayan en contra de verdadero
amor y de la plena felicidad.
Por otra parte, este
mandamiento subraya la indisolubilidad del matrimonio. No es lícito divorciarse
y volverse a casar.
Nos cuestionamos: ¿Estás
casado por la Iglesia o solo por el civil? ¿Por qué razón? ¿Respetas y vives la
indisolubilidad matrimonial? ¿Has sido motivo de una separación matrimonial?
¿Purificas tus pensamientos y corazón para no incurrir en el adulterio?
c) No jurar.
En primer lugar, el
mandato es expreso, pide no hacer juramentos; pero si haces uno exige no
romperlos. En relación a ello está la indisolubilidad matrimonial, de lo
contrario quien rompa el juramento matrimonial expone al cónyuge al adulterio.
De tal manera que los juramentos deben ser emitidos con libertad,
responsabilidad, conciencia, etc.
Jesús enseña con mucha
claridad hay que saber decir sí cuando es sí y no cuando es no, porque lo que
se diga de más viene del maligno.
Nos cuestionamos: ¿Por
qué razón haces algún juramento? ¿Los juramentos que has hechos los cumples o
simplemente son palabras vacías? ¿Te has dado cuenta de la gravedad que has
causado al hacer un juramento? ¿Cómo has resuelto estas promesas que has
emitido?
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